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Los beneficios para la salud del ayuno de Viernes Santo

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Este 7 de abril, Viernes Santo, es día de procesiones, ayuno y abstinencia. Algunas de las recomendaciones que recoge «la ley del ayuno» son abstenerse de carne y alimentos de origen animal, consumir únicamente líquidos o realizar una comida más dos tomas pequeñas que sumadas no sobrepasen la comida principal en cantidad.

Esta pauta realizada de manera responsable tiene numerosos beneficios para la salud, recuerdan desde el Instituto Médico Europeo de la Obesidad (IMEO). Ayuda a regular los niveles de azúcar en sangre, favorece la reducción de resistencia a la insulina y mejora los procesos inflamatorios.

Contribuye a disminuir la presión arterial y la frecuencia cardiaca en reposo y conlleva una serie de efectos bioquímicos en nuestro cerebro que a nivel mental potencian el ejercicio de reflexión e introspección.

«Cuando una persona está enferma, no come; es una forma instintiva de activar un mecanismo interno filogenético que nos obliga a dejar descansar el sistema digestivo para así poder emplear todas las energías para combatir la enfermedad», explica Rubén Bravo, portavoz del Instituto y dietista especializado en el ayuno intermitente.

Algo similar sucede durante el período de ayuno que se realiza en Semana Santa. «Nuestro cuerpo destina todos los recursos que suele utilizar para los procesos de digestión y metabolización de nutrientes en funciones como la reparación celular, la eliminación de células disfuncionales o para la creación de nuevas células madre que se daría a partir de las 20 horas de ayuno», afirma.

Mejora los procesos cognitivos

«Publicaciones recientes, como la realizada por el Instituto de Psiquiatría, Psicología y Neurociencia del King´s College de Londres, indican que el ayuno mejora los procesos cognitivos y la generación de nuevas neuronas en el hipocampo, una parte de nuestro cerebro vinculada con la memoria y la regulación emocional, provocando una sensación de ligereza, plenitud y relajación», subraya Bravo.

No obstante, avisa, el ayuno de este Viernes Santo debe ser realizado de manera responsable con el fin de evitar algunos efectos secundarios comunes, como mareos, dolor de cabeza, bajadas de azúcar o problemas digestivos. Está desaconsejado a diabéticos, embarazadas, hipertensos, niños y mayores de 59 años.

Ayuno para lograr la reflexión

La privación de alimentos por cierto tiempo es una práctica milenaria que forma parte de diferentes religiones y tiene numerosos beneficios para la salud a nivel físico y mental. El ayuno absoluto, por ejemplo, practicado por judíos durante 24 horas prohíbe tanto la comida, como la bebida. Durante el mes de Ramadán los musulmanes se abstienen de sólidos y líquidos durante unas 10-14 horas al día.

Los hindúes y algunos monjes budistas renuncian a las ingestas de la tarde, pues consideran que favorece los biorritmos. Los budistas siguen esta práctica para fortalecer el autocontrol y la voluntad, logrando una mayor concentración y sensación de bienestar.

«La visión holística del ser humano hace entender que las personas somos la suma de todos nuestros elementos, donde el cuerpo físico tiene su parte emocional, intelectual y espiritual», señala la psicóloga del IMEO, Ángela Fernández. Todos ellos interconectados, actúan en total sintonía y consecuentemente, «de modo que lo que hagamos en una de las partes repercutirá en todas las demás y, si tratamos muy bien una de las partes, estaremos invirtiendo en cuidado de las otras».

La forma de alimentarnos repercute en nuestra integridad personal y, si la alimentación supone un conflicto para el cuerpo, esto se manifestará como una tensión en la mente. Del mismo modo que la comida afecta a nuestra manera de comportarnos, ciertos comportamientos requerirán determinados alimentos. Por lo tanto, «si logramos efectuar cambios saludables en nuestra dieta, estaremos provocando cambios positivos en nuestra forma de ser», razona la experta.

Depresión, estrés y ansiedad

Un ayuno adaptado a nuestras circunstancias personales nos permitirá explorar sensaciones de manera más presente y sin alicientes inflamatorios añadidos. Nos puede ayudar a bajar los niveles depresivos, de ansiedad y estrés, aumentará nuestra capacidad de concentración y facilitará la introspección. «Es una excelente herramienta para lograr la reflexión y el autoconocimiento, volcar la mirada hacia el interior y comprender nuestras verdaderas emociones, sin fatigas mentales, creando nuevas conexiones que podemos utilizar para comprender lo que sentimos, hacemos y pensamos», detalla Fernández.

A la hora de hacer un ejercicio de introspección, la psicóloga aconseja «ajustar las expectativas propias a la realidad, elaborar un plan que se adapte a nuestras necesidades y cambiar las creencias limitantes sobre las propias capacidades. Todo esto nos ayudará a desbloquear nuestros límites y a darnos cuenta de los logros, esos tan únicos como personales», concluye.

Efectos bioquímicos

Durante la práctica del ayuno se manifiestan una serie de efectos bioquímicos en el cerebro. Uno de ellos radica en el notable aumento de la capacidad de concentración. «La ciencia lo explica con la mayor producción de orexina en el hipotálamo, una hormona implicada en el control del apetito que favorece el equilibrio saludable de la glucosa, a la que suman su acción otros neurotransmisores como la noradrenalina que, a su vez, nos impulsa a la acción», indica Carmen Escalada, nutricionista clínica del IMEO.

También se observa un aumento en la neuroplasticidad que es la capacidad del cerebro de recuperarse y adaptarse a nuevas situaciones. «Se debe a la necesidad de buscar diferentes fuentes de energía a las habituales y es fundamental, porque mejora el aprendizaje y la capacidad memorística», añade.

Además, el hecho de pasar bastantes horas sin comer y reducir la copiosidad de cada toma favorece la producción de una proteína conocida como Factor Neurotrófico derivado del Cerebro (BDNF) cuyos niveles bajos mantenidos en el tiempo se relacionan con el desarrollo de ciertas enfermedades como la depresión y, de tipo neurodegenerativo, como el Alzheimer.

El descanso del sistema digestivo también provoca la activación del sistema nervioso simpático que prepara nuestro cuerpo para la acción en momentos de estrés. Esto se traduce en una bajada de insulina, reduciendo la ansiedad por comer dulce. Los alimentos frescos y sanos deben ser la base de nuestra alimentación diaria, incluida la jornada de ayuno.

Es importante evitar los ultra-procesados, porque contienen algunos componentes en dosis elevadas, como azúcares sencillos, harinas refinadas, grasas saturadas o trans, que «actúan sobre el centro del placer localizado en el cerebro, generando adicción y, por tanto, ansiedad, irritabilidad y estrés, si no se continúan consumiendo».

Un consumo abusivo y reiterado especialmente de aquellos alimentos ricos en azúcar favorece la producción de citoquinas proinflamatorias que se han asociado con un mayor riesgo para el desarrollo de la diabetes tipo 2 y la depresión. Puesto que este tipo de alimentación hace imposible alcanzar la sensación de calma, estabilidad y autocontrol necesarios para el crecimiento personal y espiritual, es esencial reducir su consumo al máximo.

Tener un horario estable para las comidas y que estas sean pequeñas, nos ayudará a evitar la sensación de hambre marcada que se pueda ligar a la ansiedad. Por último, «hay que comer despacio y masticar, procurando disfrutar plenamente del sabor del alimento, dando más importancia a sus características organolépticas y quitándoselo a lo plenamente material, la cantidad», aconseja Escalada.

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